Después que el Ministerio del Medio Ambiente anunciara un periodo canicular entre julio y agosto, y ante la influencia de los polvos del Sahara, el clima caluroso es insoportable. Basta subir al carro al medio día para sentir la bocanada del dragón en su interior y esperar que “salga el vapor” como decimos los salvadoreños. Mientras esperamos que la temperatura baje, bajamos los vidrios y apoyamos la espalda en el respaldo del asiento y pegamos el grito por lo caliente que se encuentra y ponemos las manos en el timón y nos damos otra gran quemada. Eso nos hace reflexionar que debemos comprar un tapasol o reutilizar una caja y hacer uno de cartón, para equilibrar la temperatura y también reflexionamos sobre si hubiera más árboles frondosos que nos protegieran del inclemente sol. Por las calles la gente que anda a pie, en su faena diaria, buscando refrescarse con alguna minuta, o un sorbete de carretón, una gaseosa helada, o una bolsita de agua. “Estos calores son distintos”, dice un taxista sofocado por la temperatura sin ninguna sombra que lo proteja. En efecto, el cambio climático está aquí, vino para quedarse, nosotros no queremos creer, y lo peor del caso, empeoramos la situación.
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