Paraíso de torogoces
Por Carlos Francisco
Imendia
Los guatemaltecos tienen que
adentrarse en espesas selvas para poder divisar a su escurridiza ave nacional:
El quetzal (Pharomachrus mocinno). Esa hermosa ave habita en los
bosques nebulosos no perturbados entre
los 1,000 y 3, 000 msnm. Anidan en los
árboles podridos de dicho bosque alejado
de sus depredadores y de los seres humanos, para avistar al ave sagrada de los
mayas los seres humanos se deben armar
de paciencia, algunos guatemaltecos solo han visto al quetzal en fotos o en el
escudo nacional. En 1871 es nombrada ave nacional de Guatemala, en la
religiosidad maya y azteca, el quetzal estaba asociado a la deidad Quetzalcóatl o Quezalcúat para los yaquis pipiles
salvadoreños, dios de luz y bondad ; primavera, naturaleza y verdor, por eso
los señores Mayas y Aztecas vestían imponentes penachos de quetzal cosidos con
hilos de oro, utilizados únicamente para rituales religiosos. El ejemplo mejor
conservado en la actualidad es el
invaluable penacho de Moctezuma exhibido y resguardado en el Museo de Etnología de Viena en Austria.
En El Salvador nuestra ave
nacional es generosa, no es necesario
introducirse en la selva para avistar al
Torogóz o talapo (Eumomota superciliosa) se deja ver todo
el tiempo y a toda hora, se deja alimentar y fotografiar, no hay estudios
históricos o crónicas antiguas que
indiquen la reverencia por parte de los yaquis-pipiles hacia el torogóz, pero
por deducción pensamos que sí lo era, además es un ave que le gusta habitar en
los barrancos, que en la religiosidad maya, pipil conducen al Xibalbá o el
Inframundo. En su estado de conservación indica que el torogoz se encuentra en: “Una
preocupación menor” respecto a la extinción.
Dos naciones comparten al Pharomachrus
mocinno como ave nacional, El Salvador y Nicaragua, en Nicaragua lo
conocen como Guardabarranco por su misma costumbre de anidar en las barrancas,
es una especie más verdecita que el tornazulado salvadoreño, cazan insectos,
comen algunas frutas y hasta chiles chiltepes, tienen un canto peculiar, suave
no tan escandaloso, lo distingue su antifaz de plumas que van desde sus ojos
hasta su garganta , una hermosa cola con raquis desnudo que termina en plumas
anchas simulando dos raquetas o péndulos.
Recuerdo que en 1991 en el Colegio Externado
San José, a la hora del recreo, por la famosa capilla triangulada, a su
costado, en compañía de Ricardo Pérez L y Pedro Hernández Ch. íbamos a ver la
famosa quebrada Tutunichapa, donde pasaba un riachuelo no tan contaminado,
llena de bastante vegetación, zacate y chichicastes, divisábamos no menos de 20
torogoces sobrevolando el riachuelo, bañándose o atrapando algún insecto.
También había unos potreros donde actualmente se encuentra hoy la octava etapa de Metrocentro.
El
riachuelo que les cuento, es donde actualmente construyeron la famosa bóveda
que extendió el famoso bulevar Tutunichapa y que últimamente generó noticia a
nivel nacional ya que se formó una inmensa cárcava que se tragó dos vehículos,
afortunadamente no hubieron víctimas gracias a la acción heroica de un joven
Chef que transitaba por la zona. No es la primera vez que ocurre ese percance
años atrás se dieron otros tres casos, gracias a Dios sin victimas que
lamentar. Mi abuelo materno, que era
ingeniero y había trabajado en el diseño de algunas calles y proyectos del
extinto Ministerio de Planificación MIPLAN
en vida me comentaba que el problema siempre se iba a seguir dando en
esa zona por el hecho de que rellenaron y
compactaron una antigua quebrada de
forma artificial, la naturaleza busca su curso frente al desarrollo y el
progreso humano, aquel paraíso de torogoces fue arrebatado por los proyectos de
planificación de los gobiernos en turno
pero la lluvia y la naturaleza en su vendetta por reclamar espacios que les pertenecieron siguen dándoles dolor de cabeza a los
ingenieros y arquitectos; trabajadores
del MOP que vuelven una y otra vez a rellenar la indomable
quebrada.
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