Los tiempos de conquista y
colonización han quedado atrás, la Iglesia católica estaba en la cúspide de la élite colonial, gozaba de poder y de los resultados de la encomienda, de las limosnas perpetuas
de los conquistadores.
Las poderosas órdenes religiosas
(dominicos y franciscanos) que vinieron
con los conquistadores de ultramar a Cuzcatlán
gozaron de la bonanza de la encomienda y construyeron inmediatamente templos y monasterios, la cruz y la espada
imperarían por cuatro siglos en la Tierra de Preseas, sin embargo la fuerza de
la naturaleza se encargaría de
tumbar esas edificaciones en reiteradas ocasiones en el inestable San Salvador del valle de las
Hamacas. Pero el casi inagotable fondo
de Oro de Minas nuevamente redireccionaría los recursos para la reconstrucción de la inestable ciudad.
El poder político de la iglesia
católica dominó desde la colonia y en las vísperas de la independencia, por
ejemplo las principales familias criollas de San Salvador compraban el derecho
de las bancas de las principales iglesias de la ciudad para poder escuchar con
atención los sermones que estaban cargados de actualidad y política; también
las iglesias eran mausoleos, moradas de los restos de ilustres personalidades y próceres.
La gloria del poder eclesiástico
fue mermando entrando el siglo XX, llegaron nuevas sectas y conforme San Salvador fue haciéndose
más cosmopolita y fue albergando todo tipo
de pensamiento y filosofía, la
incidencia de la iglesia fue reduciéndose, no así el número de católicos, ya
que el país fue una nación predominantemente católica.
La Iglesia milenaria fundada por
Jesucristo, durante décadas fue
encontrando la esencia de su misma existencia, ser una iglesia pobre cuyo ideal
es llegar hasta los sitios más recónditos del país con la Palabra de Dios y
anunciarla a los desprotegidos y necesitados.
Porque no basta con decir “acepto
a Jesucristo como único Salvador”
sino con poner en practica el evangelio con nuestros semejantes , con
los que sufren, la caridad y el amor de
la Palabra de Dios; hacer obra social en las comunidades sin vanagloriase y sin
cobrarse el favor como lo hacen algunos
políticos y otras corrientes religiosas.
Una Iglesia pobre, pero
solidaria, que distribuye de las contribuciones que capta para sobrevivir y las
reparte a quienes las necesitan en las comunidades marginadas y en la zona
rural del país.
Es evidente que actualmente la Iglesia Católica en nuestro país se la ve
de cuadritos, déficit, falta de recursos económicos para mantener sus templos, seminarios,
parroquias y a sus trabajadores (religiosos y religiosas) . Milagrosamente con
intervención divina sobreviven y cuenta con recursos para seguir ayudando a los
demás.
No hay que negar que la Iglesia cuente
con bienhechores que por voluntad propia y compromiso cristiano la ayudan
económicamente, pero es el pueblo, las mayorías quien con sus pequeñas
contribuciones la sostienen en el
tiempo.
Esas mayorías tienen a la iglesia
como voz de conciencia, garante de la justicia y la paz; así lo podemos
corroborar como la misma opinión pública consulta la percepción nacional de los
jerarcas de la Iglesia en la tradicional conferencia dominical de la Catedral
de San Salvador; sustrayendo las frases
más importantes y haciéndolas noticias en los principales rotativos y
plataformas en internet.
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