En el siglo X de la era cristiana, en los anales de el tránsito nahua por la franja centroamericana, los que se asentaron en la tierra, regalo de Quetzalcóatl, habitaron un valle flanqueado por una cadena volcánica activa, cuya fuerza y energía se podía observar en calderas, fumarolas, cráteres humeantes, aguas turquesas azufradas, retumbos, gases, etc. Estas manifestaciones geológicas en la cosmogonía nahua no tenían otro origen más que del inframundo. Un valle con suma riqueza, prosperidad y equilibrio, sus habitantes tenían todo lo que querían, pero de vez en cuando, eran sorprendidos por los estruendos de la naturaleza y las sacudidas violentas procedentes de lo desconocido. Del Náhuatl Olin, movimiento y pango; valle, el Olinpago era de respeto para la raza nahua pipil. Quezalcúat la regia con sus regalos y castigos, exigiendo sangre y reverencia, desde el huey tepec, hasta el amatepec, cerro de la sabiduría, hasta el Jilót-pango o la patria de Xilomen que resguarda al final del paisaje Chichontepec.
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